El sábado 7 de Julio se realizó en la Casa Típica de la Colectividad Japonesa de Oberá el “Tanabata Matsuri”, organizado por el Seinenbu, un evento cultural que tiene sus orígenes en la Leyenda del Tanabata y que hoy en día se mantiene como una costumbre tradicional en Japón donde la gente suele celebrar escribiendo deseos, algunas veces en forma de poemas, en pequeñas tiras de papel o tanzaku, y colgándolos de las ramas de árboles de bambú, a veces junto con otras decoraciones. El bambú y las decoraciones a menudo se colocan a flote sobre un río o se queman tras el festival, sobre la medianoche o al día siguiente. En esta ocasión, la Colectividad sumó al festejo – que se lleva a cabo el séptimo día del séptimo mes- varias actividades tales como la escritura japonesa, origami, exposición y venta de Sushi, Manju, Oyaki, Karinto, Galletitas de jengibre, artesanías en madera, plantas suculentas, historietas manga, entre otras. No faltaron los espectáculos de Taiko, el ballet Akatsuki y canto.
La leyenda del Tanabata
Orihime (la Princesa Tejedora) era la hija de Tentei (el Rey Celestial). Orihime tejía telas espléndidas a orillas del río Amanogawa (la Vía Láctea). A su padre le encantaban sus telas, y ella trabajaba duramente día tras día para tenerlas listas pero, a causa de su trabajo, la princesa no podía conocer a alguien de quien enamorarse, lo cual la entristecía enormemente. Preocupado por su hija, su padre concertó un encuentro entre ella e Hikoboshi (también conocido como Kengyuu), un pastor que vivía al otro lado del río Amanogawa. Cuando los dos se conocieron se enamoraron al instante y, poco después, se casaron. Sin embargo, una vez casados, Orihime comenzó a descuidar sus tareas y dejó de tejer para su padre, al tiempo que Hikoboshi prestaba cada vez menos atención a su ganado, el cual terminó desperdigandose por el Cielo. Furioso, el Rey Celestial separó a los amantes, uno a cada lado del Amanogawa y les prohibió que se vieran. Orihime, desesperada por la pérdida de su marido, pidió a su padre que les permitiera verse una vez más. Su padre, conmovido por sus lágrimas, accedió a que los amantes se vieran el séptimo día del séptimo mes, a condición de que Orihime hubiera terminado su trabajo. Sin embargo, la primera vez que intentaron verse se dieron cuenta de que no podían cruzar el río, dado que no había puente alguno. Orihime lloró tanto que una bandada de grullas vino en su ayuda y le prometieron que harían un puente con sus alas para que pudieran cruzar el río. Los amantes se reunieron finalmente y las grullas prometieron venir todos los años siempre y cuando no lloviera. Cuando se da esa circunstancia, los amantes tienen que esperar para reunirse hasta el año siguiente.